El término hortalizas nombra a un conjunto de plantas cultivadas generalmente en huertas o regadíos, que se consumen
como alimento,
ya sea de forma cruda o preparada culinariamente, y que incluye las verduras y las legumbres verdes (las habas y los guisantes).
Las hortalizas no incluyen las frutas ni los cereales.
Sin embargo, esta
distinción es arbitraria y no se basa en ningún fundamento botánico. La Real
Academia de la Lengua no reconoce esta taxonomía, y circunscribe esta acepción
a los cultivos realizados en un huerto.
Conservación
y almacenamiento de las hortalizas
Las hortalizas
frescas deben conservarse adecuadamente hasta el momento del consumo. Las
condiciones y duración del almacenamiento influyen mucho en el aspecto y valor
nutritivo. La mayoría de las hortalizas deben conservarse a temperaturas bajas con una alta humedad ambiental,
por lo que el verdulero del frigorífico es
el lugar más recomendable. Se aconseja ponerlas en bolsas agujereadas o con
láminas de aluminio y evitar que el envase sea hermético. En el frigorífico se
pueden conservar algunos días, según la clase de hortaliza. Por ejemplo las
espinacas, lechuga, etc, no conviene tenerlos más de 3 días, sin embargo las
zanahorias, nabos, remolacha, son menos sensibles y se conservan durante más
tiempo. Algunas como las cebollas y los ajos secos, no precisan ser conservados
en la nevera, siendo más adecuado un lugar seco y aireado.
Limpieza
de las hortalizas
Las hortalizas se han
de lavar o cepillar cuidadosamente antes de ser consumidas, según se trate de
hojas, raíces o tubérculos. Cuando no se puedan pelar, hay que limpiarlas
mucho, sobre todo si tienen la piel rugosa o peluda. Las hortalizas que se
coman crudas deberían sumergirse en agua con unas gotas de lejía diluida durante unos cinco minutos y
después limpiarlas con agua corriente. Se debe hacer esto porque las hortalizas
se riegan a veces con aguas no potables que pueden contener numerosas bacterias
y el agua de riego entra en contacto con la hortaliza que suele estar a ras de
suelo.